Las nuevas cartillas SUMA buscan cerrar brechas históricas en los colegios del país y transformar la educación desde sus cimientos
En un país donde miles de estudiantes asisten a clases bajo techos deteriorados o sin acceso a servicios básicos, el anuncio del Ministerio de Educación Nacional y la CAF – Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe marca un punto de inflexión. Ambas entidades presentaron la segunda fase del programa de cooperación para el mejoramiento de la infraestructura educativa, acompañado del lanzamiento de las Cartillas Técnicas de Sistemas Modulares (SUMA), una herramienta diseñada para cambiar la manera en que Colombia construye sus escuelas.
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SUMA: un modelo modular para una educación sin exclusiones
El ministro de Educación, Daniel Rojas Medellín, recibió oficialmente de la CAF un conjunto de cartillas que servirán como guía técnica nacional para optimizar, acelerar y estandarizar los procesos de construcción y modernización de instituciones educativas.
Estas cartillas, conocidas como SUMA, fueron diseñadas para que los proyectos escolares puedan adaptarse a cualquier entorno —del páramo al Caribe—, garantizando eficiencia, sostenibilidad y pertinencia cultural.
“No es solo una inversión financiera, es una inversión en la vida, en la paz y en nuestros niños y niñas. Construir escuelas dignas es construir el país que soñamos”, afirmó el ministro Rojas, quien recordó que el 60% de los colegios carece de conectividad, el 85% no tiene infraestructura accesible para personas con discapacidad, y el 41% no ha sido reparado en más de 40 años
De Timbiquí al país: una experiencia que se replica
El modelo SUMA nació de una experiencia piloto en la Institución Etnoeducativa Puerto Saija, en Timbiquí (Cauca), donde se desarrolló una infraestructura modular de fácil ensamblaje y alta durabilidad.
El proyecto incorporó participación comunitaria, acceso a servicios básicos y adecuación a las condiciones climáticas del Pacífico colombiano.
Esa experiencia sirvió como base para una estrategia nacional que ahora puede implementarse en cualquier territorio, rural o urbano, reduciendo costos y tiempos de construcción sin sacrificar calidad.
La innovación, en este caso, no está solo en la tecnología, sino en el concepto: la escuela como centro de vida comunitaria.
Educación que deja huella: inversión con sentido social
El presidente ejecutivo de la CAF, Sergio Díaz-Granados, anunció que la cooperación entre la entidad y el Ministerio de Educación —con una inversión inicial de 80 millones de dólares— ya muestra avances tangibles en regiones históricamente olvidadas.
En 2025, 70 sedes educativas del Pacífico colombiano (en Cauca, Nariño, Chocó y Valle del Cauca) han sido modernizadas bajo este modelo. Con apoyo del Fondo de Financiamiento de la Infraestructura Educativa (FFIE).
La alianza también está extendiendo sus beneficios a la educación superior, con el programa “Educación Superior en tu Colegio”, que busca acercar la universidad a los territorios y reducir la deserción rural mediante sedes compartidas y nuevas dotaciones.
Una deuda histórica que empieza a saldarse
La brecha en infraestructura escolar ha sido uno de los reflejos más dolorosos de la desigualdad colombiana. Durante décadas, el abandono de las escuelas rurales y el centralismo de la inversión pública dejaron a millones de niños estudiando sin laboratorios, bibliotecas o conectividad básica.
La segunda fase de la cooperación entre el Ministerio y la CAF no solo aporta recursos, sino un cambio de paradigma: estandarizar sin excluir, planificar sin improvisar y construir con la comunidad.
El modelo SUMA no es un manual técnico más; es un símbolo de cómo la política educativa puede pasar del diagnóstico eterno a la acción concreta.
Educación y territorio: una visión de futuro compartida
En un contexto global marcado por la crisis climática y la urgencia de la sostenibilidad, el diseño modular de las nuevas escuelas también se proyecta como un ejemplo de eficiencia energética, inclusión y resiliencia territorial. La educación, desde esta perspectiva, deja de ser una promesa y se convierte en una infraestructura viva: un lugar donde la niñez aprende, pero también donde la comunidad se reúne, crea y se transforma.
El reto ahora será mantener la voluntad política, la transparencia en la ejecución y la participación de las comunidades. Para que este modelo no se quede en un proyecto piloto, sino que se convierta en una política de Estado duradera y verificable.
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