El ocaso del zar de la contratación y el golpe al poder político en Montería. La historia de Emilio Tapia no es solo la de un contratista ambicioso. Es la radiografía de un país donde la corrupción se viste de gala, la justicia se toma selfies con el poder y las coronas se cambian, pero el reino sigue intacto
Emilio Tapia, el eterno protagonista de los grandes escándalos de contratación en Colombia, volvió a ocupar los titulares, y no precisamente por redimirse. Desde los días en que controlaba licitaciones millonarias en Bogotá hasta su más reciente arresto en Montería, el llamado “zar de la contratación” ha demostrado que la corrupción en Colombia no solo se recicla: se hereda, se perfecciona y se disfraza de poder político.
En abril de 2012, mientras la justicia intentaba atraparlo, reporteros de Dinero lo hallaron feliz, moviéndose libremente por las noches bogotanas junto a su entonces pareja, la actriz Eileen Roca. En su oficina del Parque de la 93 ofrecía cenas gourmet y promesas de inocencia: “saldré bien librado”, aseguró. Tenía razón. Lo atraparon, sí, pero nunca cayó del todo. Beneficios judiciales, silencios bien pagados y maniobras procesales lo mantuvieron cerca de los lujos y lejos del arrepentimiento.
Puedes leer: Una fiesta de poder: el renacer politiquero de Emilio Tapia en Montería
Del carrusel de Bogotá al saqueo digital del Caribe
El nombre de Tapia resurgió una década después, ligado a Centros Poblados, el escándalo que dejó sin conectividad a miles de niños en las zonas rurales del Caribe. De nuevo, el patrón se repetía: contratos públicos convertidos en fortunas privadas, funcionarios complacientes, y un aparato judicial dispuesto a premiar la “colaboración” de quienes desangran al Estado.
Aunque fue condenado por delitos como peculado, fraude procesal y falsedad documental, una jueza de Barranquilla, Claribel Onisa Fernández Castellón, decidió que Tapia merecía la libertad condicional. Su justificación: había cumplido el tiempo mínimo exigido por la ley. La Procuraduría advirtió que el beneficio era improcedente —pues el reo enfrentaba otros procesos por hechos cometidos incluso durante su reclusión—, pero el fallo fue favorable. Así, Tapia volvió a caminar libremente por las calles, esta vez en Montería, donde reconstruyó su vida junto a la congresista cordobesa Saray Robayo Bechara, con quien tuvo una hija.
Montería: entre la rumba, la política y 2000 votos ¿Se comprarán desde la cárcel?
La historia no terminó en los tribunales. Tapia reapareció como figura social y económica en Montería, moviéndose entre cócteles, contratos y alianzas políticas, como se reveló en el reportaje de Voz Realities “Una fiesta de poder: el renacer politiquero de Emilio Tapia en Montería”.
Lo que parecía un retiro dorado, fue en realidad un laboratorio de poder: un entramado donde la política, el dinero público y los intereses personales se mezclaron bajo la fachada del amor y la legalidad.
Pero la fiesta se acabó. La Comisión Seccional de Disciplina Judicial del Atlántico abrió investigación contra la jueza que lo dejó libre, mientras el Juzgado 15 Penal del Circuito de Bogotá revocó el beneficio, ordenando su regreso a prisión. La justicia, por fin, empezó a corregir sus propios errores. La caída de Tapia no solo expone su proclividad a delinquir, sino también la fragilidad ética del sistema que lo amparó.
El ocaso de un poder compartido
El arresto de Tapia es más que la captura de un corrupto reincidente; es el derrumbe simbólico de una estructura política y económica que se sostenía sobre su influencia.
La congresista Robayo, su esposa, y su círculo político en Córdoba y el Caribe, pierden con él la sombra de poder que garantizaba el acceso a contratos, favores y apoyos estratégicos.
“La reina perdió la corona”, dicen algunos en Montería, donde la pareja era vista como una dupla imbatible. Hoy, el silencio reemplaza los brindis, y las fotografías de eventos sociales desaparecen de las redes.
Un país que olvida demasiado rápido
Tapia ya había prometido devolver 5.000 millones de pesos como parte de su condena. Lo hizo con la misma facilidad con la que antes movía las licitaciones, demostrando que el dinero nunca fue su problema.
El verdadero desafío es la ética: un país que castiga con lentitud y olvida con rapidez permite que los mismos nombres reaparezcan una y otra vez con nuevos rostros, nuevos aliados y los mismos vicios.
Mientras la justicia investiga a la jueza que lo liberó, la historia de Tapia sirve como espejo del poder en Colombia: un poder que baila, brinda y roba, pero siempre busca su camino de regreso a los salones donde nunca dejó de ser invitado.
La eterna rumba de la impunidad
Emilio Tapia es la metáfora perfecta de un Estado capturado por su propia élite corrupta. No hay arrepentimiento, solo cálculo. No hay sanción ejemplar, solo pausas entre fiestas. Y aunque esta vez su detención parezca el final de una saga, la experiencia enseña que en Colombia los finales no existen: solo intermedios, hasta que el siguiente escándalo empiece su propia canción.
Realice su donación en Noticias La Voz Realities
Con tu aporte, apoyas el periodismo independiente y alternativo dando clic en el botón de BOLD:
