El escándalo que sacude al Concurso Nacional de Belleza tras las declaraciones violentas de la Señorita Antioquia reabre el debate sobre los límites del discurso y el papel ético de las figuras públicas en una sociedad marcada por la polarización
El país volvió a mirar el mundo de los reinados, pero esta vez no por la elegancia ni el glamour. La Señorita Antioquia 2025, Laura Gallego Solís, desató una tormenta mediática luego de que se difundieran videos en los que, en tono de burla, mencionaba escenarios que incitan a la violencia contra el presidente Gustavo Petro y el exalcalde de Medellín Daniel Quintero.
En los clips, publicados en redes sociales, la joven formula una pregunta que rápidamente se volvió viral:
“En el desierto, tenés una pistola con una bala. Te sueltan a correr a Petro y a Daniel Quintero. ¿A quién le das la bala?”
Y añade con ligereza:
“A Daniel Quintero. Y un cachazo pa’ Petro pues al menos.”
El tono supuestamente humorístico no logró suavizar el contenido. Las frases desataron una ola de críticas, pues banalizan la violencia política en un país que todavía carga con heridas abiertas por décadas de conflicto, intolerancia y asesinatos de líderes sociales.
La belleza, la ética y el peso de la palabra
Más allá del escándalo, el caso de Laura Gallego abre una reflexión necesaria sobre la responsabilidad pública de quienes representan símbolos culturales y sociales. Los concursos de belleza, más allá de su estética, se han reinventado en las últimas décadas como espacios que buscan promover liderazgo, cultura de paz y equidad de género.
Por eso, declaraciones como las de Gallego no son un simple error de redes sociales: son un síntoma de cómo el discurso del odio se normaliza y se disfraza de humor.
En una sociedad saturada por la desinformación y la polarización, la palabra se convierte en arma. Y cuando esa palabra proviene de una figura pública, su impacto se multiplica. No se trata de censura, sino de responsabilidad ética: quien habla desde una posición de visibilidad debe entender que sus palabras modelan conductas y emociones colectivas.
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Implicaciones legales y sociales: más allá del reinado
Aunque el debate público se ha centrado en la posible descalificación de la candidata, el episodio tiene aristas jurídicas de fondo. El Código Penal colombiano, en sus artículos 337 y 340, sanciona la apología del delito y la instigación a la violencia, recordando que la libertad de expresión no protege la promoción de actos delictivos.
A la par, la Corte Constitucional ha reiterado que los discursos que incitan al odio no son opinión política, sino amenazas veladas contra la democracia. Casos recientes en redes sociales demuestran que las palabras, amplificadas por el algoritmo, pueden escalar en minutos hacia formas reales de agresión.
En ese sentido, el Concurso Nacional de Belleza —institución con más de siete décadas de historia— no enfrenta solo una crisis reputacional, sino un desafío ético: reafirmar que la belleza no puede desvincularse del respeto, la empatía y la responsabilidad social.
La violencia simbólica se disfraza de entretenimiento
El episodio de la Señorita Antioquia revela una tensión más profunda en la cultura contemporánea: la banalización de la violencia como espectáculo. Lo que antes eran debates ideológicos hoy se transforman en memes, frases virales o retos de redes, donde el sarcasmo sustituye al pensamiento crítico.
En ese contexto, la figura de la reina de belleza deja de ser un simple ícono estético y se convierte en una figura pública con deberes sociales ampliados. No se espera que las representantes de un certamen nacional sean perfectas, pero sí coherentes con los valores que dicen encarnar.
El país necesita símbolos que inspiren, no que repitan el guion de la agresión. La paz no se construye solo desde los acuerdos políticos, sino desde los gestos cotidianos y las palabras que elegimos. Y en un país donde más de 150 líderes sociales han sido asesinados en lo que va del año, bromear sobre balas no es un chiste: es una herida que se reabre.
Una lección para los escenarios públicos
El caso de Laura Gallego debería servir menos para la condena y más para la reflexión. Las plataformas digitales han dado voz a millones, pero también han diluido la frontera entre la libertad de expresión y la irresponsabilidad discursiva. Si algo enseña este episodio, es que la ética y la empatía son ahora parte inseparable del liderazgo social, incluso en espacios tradicionalmente asociados a la belleza y el espectáculo.
El reto para la organización del Concurso Nacional de Belleza no es solo disciplinario: es pedagógico.
Reafirmar que la representación femenina no puede desligarse del pensamiento crítico, que la palabra debe sanar y no herir, y que la belleza verdadera está en la capacidad de construir respeto en medio del desacuerdo.
Las reinas no solo portan una corona, portan un mensaje. Y en tiempos de odio, el mensaje debe ser la paz
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