Mientras los gobiernos siguen ignorando el papel de los vertederos en el cambio climático, el metano liberado por la basura avanza como un enemigo silencioso: más potente que el CO₂, más letal para las comunidades vecinas y con soluciones que existen, pero que la política y la desidia prefieren enterrar
Por años se nos ha repetido que la industria petrolera y la ganadería son los grandes villanos del cambio climático. Sin embargo, la “basura” que producimos todos los días es una fuente igual de peligrosa, aunque mucho menos visible. Los vertederos y basurales del mundo son auténticas fábricas de metano (CH₄), un gas de efecto invernadero que atrapa 80 veces más calor que el CO₂ en un lapso de 20 años.
De acuerdo con la Guía de Informes de GIJN, reducir estas emisiones no solo es posible, sino que además es una de las formas más rápidas y baratas de frenar el calentamiento global. Y sin embargo, la gestión de residuos sigue siendo tratada como un tema secundario.
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El metano: la bomba que nadie desactiva
La descomposición de residuos orgánicos en condiciones sin oxígeno genera metano. Alimentos en descomposición, papel, restos de poda: todo ello alimenta una crisis silenciosa.
Según la ONU, cerca del 20 % de las emisiones antropogénicas de metano provienen de los residuos, mientras que la agricultura aporta un 40 % y los combustibles fósiles un 35 %.
No es casual que comunidades enteras respiren aire contaminado, sufran olores tóxicos y carguen con tasas altas de enfermedades respiratorias: los vertederos suelen estar instalados justo en barrios pobres, indígenas o marginados, donde la voz ciudadana pesa menos.
La avalancha de basura que se avecina
Los datos son contundentes:
En 2015 se produjeron 1,9 gigatoneladas de residuos sólidos urbanos. |
Para 2050 la cifra subirá a 3,5 gigatoneladas, un incremento del 73 %. |
En palabras gráficas del PNUMA, si esa basura se pusiera en contenedores uno tras otro, rodearían 25 veces el planeta o cubrirían la distancia de ida y vuelta a la Luna.
El Banco Mundial advierte que el mayor crecimiento se dará en países de ingresos medios y bajos, donde la infraestructura de gestión es precaria. El resultado será simple: más basurales abiertos, más contaminación y más metano en la atmósfera.
Vertederos: territorios del olvido
Un informe de 2022 reveló la existencia de 48.000 vertederos en el mundo. En más del 90 % de los países de bajos ingresos, los residuos se queman o arrojan a cielo abierto.
Los efectos son múltiples:
Benceno y compuestos cancerígenos en plásticos. |
Sulfuro de hidrógeno, con su olor a “huevo podrido”, que irrita ojos y pulmones. |
PFAS, las “químicas eternas” que se filtran al agua y permanecen por siglos. |
A esto se suma el drama humano: recicladores informales expuestos diariamente a la basura sin protección y comunidades enteras viviendo entre enfermedades y olores nauseabundos.
Soluciones existen, pero falta voluntad
El panorama puede parecer apocalíptico, pero no lo es necesariamente.
Estudios recientes muestran que convertir los vertederos abiertos en rellenos sanitarios y desviar residuos orgánicos hacia compostaje o biodigestores podría reducir hasta en un 80 % las emisiones de metano.
Lo más paradójico: muchas de estas medidas son de bajo costo o incluso ahorran dinero en el mediano plazo. Aun así, no son prioridad en la agenda política ni mediática.
El silencio de los vertederos
La basura es incómoda, poco atractiva y fácil de ignorar. Pero mientras tanto, se convierte en una de las principales bombas climáticas activas en el planeta.
El periodismo tiene aquí una deuda: contar la historia de cómo las montañas de basura son también montañas de metano. Y exigir a gobiernos locales y nacionales que dejen de ver los vertederos como simples problemas urbanos y los traten como lo que son: una emergencia climática, sanitaria y social. Ignorar este tema no es solo negligencia: es complicidad con la aceleración del colapso climático.
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