En el Día Internacional de las Mujeres Indígenas, sus historias muestran cómo la organización comunitaria y la cooperación transforman la escasez en resiliencia
Cada 5 de septiembre el mundo rinde homenaje a las mujeres indígenas, recordando la memoria de Bartolina Sisa, mujer aymara que entregó su vida en defensa de su pueblo hace más de dos siglos. En Colombia, esa resistencia tiene rostro Wayúu. Madres, abuelas y lideresas que enfrentan la aridez de La Guajira con creatividad, organización y una fuerza ancestral que convierte la arena en semilla de esperanza.
Puedes leer: Laura Sarabia muestra resultados del programa Misión La Guajira
Agua sagrada, vida compartida
Para el pueblo Wayúu, el agua no es un simple recurso: es raíz espiritual y origen colectivo. Sin embargo, su escasez ha marcado la vida cotidiana durante décadas. Hoy, iniciativas como las Pilas Públicas en la comunidad de Orokot —gestionadas por la Corporación Wuin Anasu— han cambiado esa realidad para más de 7.800 personas.
“Somos nosotras las que cuidamos las pilas, las que organizamos a la comunidad. El agua es sagrada, y cuidarla también es un acto de dignidad”, asegura Aleida Tiller, lideresa Wayúu.
Sembrar verde en medio de la arena
En Tutchonka y Masamana, otras mujeres han logrado lo impensable: sembrar en pleno desierto. Con huertos de frijol, berenjena y ají, apoyados por la FAO y el PNUD, hoy las familias producen alimentos de forma sostenible. La clave ha estado en rescatar un conocimiento ancestral: la caprinaza, un abono elaborado con estiércol de cabra, ceniza y minerales.
“Antes lo que sembrábamos se perdía. Hoy la tierra agradece y hasta podemos vender a comunidades vecinas”, explica Leticia Bonivento.
Estos huertos no solo alimentan, también transforman la cultura culinaria: recetas nuevas como las arepas de berenjena se suman al repertorio Wayúu, mostrando que sembrar también es aprender a comer distinto.
Tejer futuro con alianzas
El éxito de estas iniciativas radica en la combinación entre sabiduría ancestral y cooperación internacional. A través del programa SCALA y el apoyo de FAO, PNUD, el Gobierno de Suiza y el Fondo Conjunto de Naciones Unidas para los ODS, las comunidades han integrado agua, energía limpia y agricultura en un modelo sostenible que coloca a las mujeres indígenas como protagonistas del cambio.
Del discurso a la acción en La Guajira
Las historias de Aleida, Eneiris y Leticia muestran que los conceptos técnicos de resiliencia climática, seguridad alimentaria y sostenibilidad pueden traducirse en experiencias concretas cuando se construyen desde la comunidad.
- Gestión del agua: las Pilas Públicas no son solo infraestructura; son ejemplos de gobernanza comunitaria, donde las mujeres asumen el liderazgo en el manejo, cuidado y uso justo del recurso.
- Agricultura sostenible: la caprinaza es un caso de tecnología apropiada, que combina prácticas ancestrales con principios modernos de fertilización orgánica, reduciendo dependencia de químicos y costos externos.
- Adaptación climática: los huertos en pleno desierto son un ejercicio práctico de cómo enfrentar la variabilidad climática con innovación local, al tiempo que se fortalecen economías familiares.
En un departamento donde más del 52 % de los hogares viven en inseguridad alimentaria, estas experiencias son más que proyectos exitosos: son laboratorios vivos de dignidad y autonomía.
El mensaje es claro: cuando las políticas públicas y la cooperación internacional reconocen el papel de las mujeres indígenas como guardianas de la vida, se abren caminos hacia un modelo de desarrollo que no impone, sino que dialoga con la cultura y el territorio.
La Guajira, tantas veces asociada a la carencia, emerge así como símbolo de resiliencia. Un desierto donde brotan hojas verdes que no solo alimentan cuerpos, sino también sueños colectivos.
Realice su donación en Noticias La Voz Realities
Con tu aporte, apoyas el periodismo independiente y alternativo dando clic en el botón de BOLD: