Entre falsificaciones, presiones y un circo institucional, la caída del rector ya no es noticia: es la consecuencia inevitable de un fraude que nunca debió pasar del primer filtro
La crisis en la Universidad del Atlántico dejó de ser un debate académico: es un escándalo digno de un rector Severo Sinvergüenza pero, burocrático y sin pizca de vergüenza. Leyton Barrios, el hombre que se vendió como «académico ejemplar»; por lo menos por parte de los representantes del charismo ante el Consejo Superior de la Universidad del Atlántico, terminó protagonizando uno de los episodios más bochornosos del sector educativo: la falsificación descarada de certificaciones para treparse a la rectoría.
Y lo peor: con apoyo, silencio o complacencia de quienes debieron detenerlo desde el primer minuto. El gobernador, Eduardo Verano y los representantes de estudiantes, Angely Díaz Cordero; de egresados, Abraham González, de las directivas académicas y de Gremios, Manuel Fernández.
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Una denuncia que lo desnuda por completo
El lunes 24 de noviembre, la Universidad de Salamanca —harta de que usaran su nombre para legitimar un fraude— presentó una denuncia ante la Fiscalía y negó cualquier vínculo contractual con Barrios. Fue el golpe que rompió la fachada. A partir de ese momento ya no hubo excusas, no hubo grises: Barrios mintió. Y mintió con documentos oficiales.
Lo que vino después fue la revelación de un montaje digno de un guion sórdido: instituciones que primero certifican y luego se retractan, correos que antes eran claros y luego mágicamente dudosos, y un Ministerio de Educación que, según fuentes del proceso, habría presionado para cambiar versiones bajo amenaza de no otorgar acreditación. Lo que ocurrió no fue un error. Fue una operación torpe, burda y profundamente política.
La farsa del profesor fantasma
El 29 de julio de 2025, la Corporación Universitaria Empresarial de Salamanca (CUES) certificó que Barrios fue docente entre 2013 y 2016. Todo estaba firmado, sellado y archivado. Semanas después, cuando la Universidad del Atlántico consultó la autenticidad del documento, la CUES respondió de inmediato: “Sí, es auténtico”. Talento Humano lo ratificó dos veces por correo institucional.
Pero cuando el Ministerio de Educación apareció en escena —con una advertencia que rozaría el chantaje— la institución se desdijo. La certificación que era válida pasó a ser sospechosa. La certeza se volvió “error”. La firma se convirtió en “confusión”.
Un espectáculo patético que solo beneficia a un tipo de personaje: al Severo Sinvergüenza que se aprovecha del sistema y lo dobla a su conveniencia. La retractación por parte de la Universidad de Salamanca significa preferencia por su nombre como institución universitaria por encima del apoyo al falso docente, Leyton Barrios.
Un rector que quiso ser y nunca lo fue
La caída de Barrios es cuestión de trámite. Pero el daño ya está hecho: se intentó imponer en la Universidad del Atlántico a un hombre sin credenciales legítimas, con documentos falsos, protegido por maniobras políticas y blindado por sectores que creyeron que el poder alcanzaba para maquillar la mentira. No alcanzó.
En horas de la tarde, el Consejo Superior —sin margen para seguir sosteniendo lo insostenible— pidió la renuncia inmediata de Barrios. La solicitud fue presentada por la delegada del presidente Gustavo Petro, Melissas Obregón Lebolo, y aprobada por amplia mayoría: el delegado del Ministerio de Educación, representantes de docentes, exrectores y el gobernador Eduardo Verano de la Rosa.
Todos lo sabían. Ahora todos lo admiten. Barrios no era rector: era un fraude con cargo por disposición del clan Char.
El final del show
La Universidad del Atlántico no necesitaba un académico: terminó con un personaje. Un protagonista que convirtió la institución en un escenario, los documentos en utilería y la verdad en accesorio.
Y así como el Severo Sinvergüenza de Cali hace show para vender waffles en forma de genitales, Barrios montó su propio espectáculo para venderse como rector. Con una diferencia brutal: al caleño lo regula la Alcaldía; a Barrios, por fin, lo paró la justicia. El telón está cayendo. Y esta vez, no habrá aplausos.
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