En las arenas del antiguo Creciente Fértil, sumerios, acadios, asirios y babilonios forjaron avances pioneros en matemáticas, astronomía y medicina, desafiando la narrativa eurocéntrica que atribuye el nacimiento de la ciencia a Grecia y Roma
En un mundo donde la historia de la ciencia a menudo comienza con Tales de Mileto o Aristóteles, la contribución de las civilizaciones mesopotámicas permanece en las sombras. Por ello, desvelaremos los secretos científicos de Mesopotamia, eclipsada por un sesgo cultural que prioriza las perspectivas griegas y romanas.
Sin embargo, un análisis detallado de las evidencias arqueológicas y textuales revela que, desde el tercer milenio antes de Cristo, las sociedades del valle entre el Tigris y el Éufrates no solo practicaban una forma primitiva de indagación racional, sino que desarrollaron un sistema científico integral, práctico y empírico.
Este enfoque, documentado en miles de tablillas cuneiformes, no se limitaba a especulaciones abstractas, sino que se aplicaba directamente a resolver problemas cotidianos y monumentales, como la construcción de zigurats o la predicción de fenómenos celestiales. Pero, ¿por qué esta «revolución desconocida» ha sido subestimada? Y más importante, ¿Qué lecciones ofrece para entender el origen multicultural de la ciencia moderna?
El Contexto Histórico: Más Allá de la Magia y la Mitología
Para comprender la ciencia mesopotámica, es esencial desmontar el mito de que era mera superstición. Aunque integrada con elementos mágicos y religiosos —como rituales chamanísticos en la medicina—, esta fusión no invalidaba su rigor empírico. Los médicos, conocidos como asu, combinaban hierbas curativas con observaciones detalladas de síntomas, mientras que los sacerdotes asipu invocaban fuerzas sobrenaturales. Este binomio refleja una cosmovisión holística donde lo racional y lo espiritual coexistían, similar a cómo la alquimia medieval pavimentó el camino para la química moderna.
Desde una perspectiva analítica, este enfoque híbrido sugiere una adaptabilidad cultural que permitía avances sin los rigores filosóficos de la Grecia clásica. Por ejemplo, en la construcción de estructuras colosales como los lamassus (estatuas guardianas aladas) o los jardines colgantes de Babilonia —atribuidos tradicionalmente a Nabucodonosor II—, los ingenieros mesopotámicos aplicaban principios de física y resistencia de materiales sin formalizarlos en teoremas.
Aquí radica un análisis profundo: su ciencia era utilitaria, impulsada por necesidades prácticas como la irrigación de tierras áridas o el comercio fluvial, lo que la hacía más accesible y aplicable que las abstracciones helénicas. Este pragmatismo podría explicar por qué sus innovaciones perduraron, influyendo en civilizaciones posteriores a través de rutas comerciales y conquistas.
El Método Científico Temprano: Observación, Categorización y Predicción
Uno de los aspectos más fascinantes es la evidencia de un proto-método científico en Mesopotamia, que anticipa el enfoque moderno por siglos. Desde la era sumeria, los eruditos compilaban listas exhaustivas —de dioses, minerales, animales y plantas— como base para categorizar el mundo natural. Este proceso evolucionaba hacia el estudio de patrones y cambios, formulando hipótesis basadas en datos acumulados y verificándolas mediante experimentación repetida.
Tomemos la astronomía como caso paradigmático. Los babilonios mantenían «diarios astronómicos» durante casi un milenio, registrando posiciones planetarias y eventos como eclipses. Esto les permitió predecir fenómenos lunares y solares con precisión notable, utilizando cálculos que implicaban fracciones y ciclos repetitivos.
Analíticamente, este sistema no solo demuestra un entendimiento empírico del cosmos —evidenciado en calendarios zodiacales del primer milenio a.C., como el que representa signos de Mercurio y Virgo en el Louvre—, sino que cuestiona la idea de que el método científico nació en el Renacimiento europeo. En realidad, los mesopotámicos practicaban una iteración temprana: observación sistemática, recopilación de datos, hipótesis y validación, todo ello sin telescopios, pero con una disciplina observacional que rivaliza con la de Copérnico.
En matemáticas, sus tablillas del segundo milenio a.C. (como las del Museo de Irak en Bagdad) contienen teoremas implícitos, incluyendo aproximaciones al número pi para cálculos circulares en arquitectura. Este avance no era abstracto; se usaba en acueductos y zigurats, destacando cómo la geometría mesopotámica era un herramienta para la supervivencia en un entorno hostil.
Avances Clave y su Legado: De la Medicina a la Química
Profundizando en campos específicos, la medicina mesopotámica ofrece un análisis revelador de innovación empírica. Sus tratados, los más antiguos conocidos, detallaban diagnósticos basados en síntomas observados y tratamientos con plantas, prefigurando la farmacología. Aunque entrelazados con magia, estos textos reflejan siglos de ensayo y error, similar a cómo la medicina china antigua combinaba herbalismo con filosofía.
En química, los textos sobre la transformación de materiales para producir vidrio, tintes y perfumes representan los documentos más antiguos en el campo, datando del segundo milenio a.C. Analíticamente, esto indica un conocimiento proto-químico que involucraba reacciones controladas, posiblemente influyendo en la metalurgia egipcia y persa posterior.
Otros hitos incluyen la estandarización de unidades de medida —la primera longitud oficial— y la creación de lentes para corregir astigmatismo, sugeriendo avances ópticos tempranos. Estos no eran aislados; formaban parte de un ecosistema científico que abarcaba geología (estudio de suelos para agricultura), zoología y botánica (clasificaciones para uso práctico).
Desde un análisis profundo, el legado mesopotámico radica en su democratización del conocimiento: no reservado a filósofos elitistas, sino integrado en la sociedad, desde sacerdotes hasta artesanos. Esto contrasta con el elitismo griego y resalta cómo las narrativas históricas occidentales han marginado contribuciones no europeas, perpetuando un eurocentrismo que ignora la interconectividad global del saber.
Reescribiendo la Historia de la Ciencia
La «revolución desconocida» de Mesopotamia no solo enriquece nuestra comprensión del pasado, sino que invita a reflexionar sobre el presente. En una era de globalización científica, reconocer estos orígenes multiculturales fomenta una visión inclusiva, donde avances como la inteligencia artificial o la astronomía moderna deben sus raíces a observadores babilónicos que escudriñaban el cielo nocturno.
Al desenterrar estas tablillas, no solo honramos a los pioneros olvidados, sino que desafiamos prejuicios persistentes, recordándonos que la ciencia es un tapiz tejido por todas las civilizaciones humanas. Para profundizar, recursos como las colecciones del Louvre o el Museo de Bagdad ofrecen ventanas directas a este mundo perdido, urgiéndonos a repensar quiénes fueron los verdaderos arquitectos del conocimiento.
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